Han pasado 26 años y el recuerdo sigue allí, vívido, doliente pero también intransigente, indómito.
En esa mañana soleada de fines de enero, era uno más de esa multitud que acompañaba aquellos ataúdes que no solo contenían los restos de los ocho hombres de prensa que habían caído en la no solo inhóspita sino hasta entonces desconocida comunidad de Uchuraccay. Para leer el artículo completo, por favor haga click aquí.
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