El 11 de setiembre es una fecha imborrable, fatídica y ojalá, pueda ser también irrepetible. Es de aquellas que marcan a fuego a la humanidad, y las que seguramente, esa misma humanidad – o lo más sano y digno que aún queda de ella- quisiera que nunca hubieran encerrado los acontecimientos funestos que con que están signadas.
El primer 11 de setiembre que ensombreció las conciencias democráticas de América Latina y el mundo, ocurrió en 1973. Ese día, asesinaron su cuerpo; pero su espíritu y su memoria pasaron a ser inmortales. Salvador Allende, el “futuro Presidente de Chile”, como él mismo alguna vez se denominó luego de perder tres elecciones presidenciales consecutivas, empezó ese 11 de setiembre de hace 36 años, a transitar por las amplias alamedas de la inmortalidad, y por ello, hoy está presente, sigue vivo y vigente.
Su verdugo, en cambio, no solo fue abominado cuando estuvo vivo por haber bañado en sangre al pueblo chileno; hoy, las conciencias sanas del mundo lo repudian, ya no solo por asesino y violador de derechos humanos, sino también por ladrón; y por eso, ha pasado a ser escoria de la historia.
El segundo 11 de setiembre, es más reciente, y por eso tal vez el que más se recuerde; o el que más presencia tenga en los medios, pues fue un ataque impensado al corazón financiero de la primera potencia económica y militar de la historia. Ese 11 de setiembre del 2001 quedará también impregnado en la retina de quienes vimos por la televisión derrumbarse en medio del fuego las hasta entonces imponentes, soberbias y desafiantes Torres Gemelas de Nueva York. El condenable ataque perpetrado por las huestes de Al Qaeda de Osama Ben Laden, provocó una serie de consecuencias que hasta hoy siguen pagando pueblos que curiosamente nada tuvieron que ver con los hechos y mucho menos con los casi tres mil muertos inocentes.
A 36 y 8 años respectivamente de ambos sucesos y en la perspectiva histórica, y aunque pareciera forzado decirlo, en realidad esos dos acontecimientos están relacionados. En los dos 11-S, estuvo presente, no el pueblo, sino las castas gobernantes norteamericanas. Lo que soterradamente se conocía o en algunos casos ingenuamente apenas se sospechaba, se ha confirmado más de 30 años después: el sangriento y abominable golpe que no solo se cobró la vida de Salvador Allende y sino de miles de chilenos, fue ideado, preparado, financiado y ejecutado por las fuerzas más siniestras que gobernaban los Estados Unidos.
Y en lo que respecta a las Torres Gemelas, el ataque fue una respuesta demencial a la política no menos demencial que desarrolla EEUU contra las naciones árabes y musulmanes que no se sujetan a sus designios; y que ha tenido una de sus más nefastas manifestaciones durante los dos gobiernos del tristemente célebre Geroge W. Bush, aquel fanático conservador y tan fundamentalista como Ben Laden, que creía recibir órdenes de Dios para sus dar rienda suelta a sus estupideces.
En el caso de Chile, Estados Unidos propició el golpe para frenar a lo que consideraban su más peligroso enemigo: el “comunismo internacional”. En el segundo, Estados Unidos recibió el golpe de quienes considera ahora su ultra acérrimo adversario: el “terrorismo internacional”, que según ellos representan ahora los árabes y musulmanes. Es decir, dos “enemigos” creados desde las entrañas siniestras de los servicios de seguridad norteamericanos.
Ahora, que las fuerzas militares del país más poderoso de la tierra tienen que marcharse de Irak, y que están en serios problemas en Afganistán, el pico de los halcones ha girado de nuevo hacia América Latina. Justo cuando en muchos países hermanos hay gobernantes que están dispuestos a marcar distancia de las políticas imperialistas norteamericanas y se acercan más bien, con mayor o menos matiz, a los ideales que preconizó Salvador Allende.
Y ya empezamos a ver las primeras consecuencias de esa nueva intromisión norteamericana, que algunos necios no quieren ver: golpe de Estado en Honduras, bases militares en Colombia y riesgo de guerras entre países hermanos, ataques orquestados contra los gobiernos de Venezuela y Bolivia, por mencionar los más visibles. Y repito, aunque para muchos pueda parecer forzado relacionar estos hechos, lo cierto es que las sombras del 11 de setiembre parecen proyectarse amenazantes de nuevo sobre los destinos de América Latina, y es un deber ineludible evitar que esas tragedias se repitan, pues nadie quiere más 11-S.
El primer 11 de setiembre que ensombreció las conciencias democráticas de América Latina y el mundo, ocurrió en 1973. Ese día, asesinaron su cuerpo; pero su espíritu y su memoria pasaron a ser inmortales. Salvador Allende, el “futuro Presidente de Chile”, como él mismo alguna vez se denominó luego de perder tres elecciones presidenciales consecutivas, empezó ese 11 de setiembre de hace 36 años, a transitar por las amplias alamedas de la inmortalidad, y por ello, hoy está presente, sigue vivo y vigente.
Su verdugo, en cambio, no solo fue abominado cuando estuvo vivo por haber bañado en sangre al pueblo chileno; hoy, las conciencias sanas del mundo lo repudian, ya no solo por asesino y violador de derechos humanos, sino también por ladrón; y por eso, ha pasado a ser escoria de la historia.
El segundo 11 de setiembre, es más reciente, y por eso tal vez el que más se recuerde; o el que más presencia tenga en los medios, pues fue un ataque impensado al corazón financiero de la primera potencia económica y militar de la historia. Ese 11 de setiembre del 2001 quedará también impregnado en la retina de quienes vimos por la televisión derrumbarse en medio del fuego las hasta entonces imponentes, soberbias y desafiantes Torres Gemelas de Nueva York. El condenable ataque perpetrado por las huestes de Al Qaeda de Osama Ben Laden, provocó una serie de consecuencias que hasta hoy siguen pagando pueblos que curiosamente nada tuvieron que ver con los hechos y mucho menos con los casi tres mil muertos inocentes.
A 36 y 8 años respectivamente de ambos sucesos y en la perspectiva histórica, y aunque pareciera forzado decirlo, en realidad esos dos acontecimientos están relacionados. En los dos 11-S, estuvo presente, no el pueblo, sino las castas gobernantes norteamericanas. Lo que soterradamente se conocía o en algunos casos ingenuamente apenas se sospechaba, se ha confirmado más de 30 años después: el sangriento y abominable golpe que no solo se cobró la vida de Salvador Allende y sino de miles de chilenos, fue ideado, preparado, financiado y ejecutado por las fuerzas más siniestras que gobernaban los Estados Unidos.
Y en lo que respecta a las Torres Gemelas, el ataque fue una respuesta demencial a la política no menos demencial que desarrolla EEUU contra las naciones árabes y musulmanes que no se sujetan a sus designios; y que ha tenido una de sus más nefastas manifestaciones durante los dos gobiernos del tristemente célebre Geroge W. Bush, aquel fanático conservador y tan fundamentalista como Ben Laden, que creía recibir órdenes de Dios para sus dar rienda suelta a sus estupideces.
En el caso de Chile, Estados Unidos propició el golpe para frenar a lo que consideraban su más peligroso enemigo: el “comunismo internacional”. En el segundo, Estados Unidos recibió el golpe de quienes considera ahora su ultra acérrimo adversario: el “terrorismo internacional”, que según ellos representan ahora los árabes y musulmanes. Es decir, dos “enemigos” creados desde las entrañas siniestras de los servicios de seguridad norteamericanos.
Ahora, que las fuerzas militares del país más poderoso de la tierra tienen que marcharse de Irak, y que están en serios problemas en Afganistán, el pico de los halcones ha girado de nuevo hacia América Latina. Justo cuando en muchos países hermanos hay gobernantes que están dispuestos a marcar distancia de las políticas imperialistas norteamericanas y se acercan más bien, con mayor o menos matiz, a los ideales que preconizó Salvador Allende.
Y ya empezamos a ver las primeras consecuencias de esa nueva intromisión norteamericana, que algunos necios no quieren ver: golpe de Estado en Honduras, bases militares en Colombia y riesgo de guerras entre países hermanos, ataques orquestados contra los gobiernos de Venezuela y Bolivia, por mencionar los más visibles. Y repito, aunque para muchos pueda parecer forzado relacionar estos hechos, lo cierto es que las sombras del 11 de setiembre parecen proyectarse amenazantes de nuevo sobre los destinos de América Latina, y es un deber ineludible evitar que esas tragedias se repitan, pues nadie quiere más 11-S.