Javier Diez Canseco (1948 - La Eternidad)
Hace una semana,
el pasado martes 7 de mayo, lo acompañamos por esas mismas calles que tantas
veces recorrió en tantas marchas, en tantas luchas, en tantas batallas por la
justicia social a la que entregó su vida. Hace ya una semana que no está físicamente
con nosotros y es difícil asimilar su partida, es duro y nos cuesta meternos a
la cabeza que no estará más físicamente en su trinchera encarnando la lucha de
miles y miles de hombres y mujeres que tenían en él la voz que se les negaba.
En todos estos
días se han dicho muchas cosas de la dimensión de su figura en la política, en
la izquierda, en la lucha contra la corrupción; de su inmensa humanidad y su
sentido de solidaridad; muchas cosas que dan fe de su grandeza, de su
humanidad. Quizás pocas o muchas cosas queden aún por decir para expresar,
ahora que no está, la trascendencia de un luchador de toda la vida.
Muchos hombres y
mujeres tuvimos la oportunidad de compartir con Javier la militancia política y
también su amistad entrañable. Cómo no evocar sus primeros años en el Congreso
con su característica chaqueta de cuero negro, que poco a poco fue cambiando
hasta llegar a los ternos formales. Cómo no recordar el fuego y la pasión de sus discursos
parlamentarios que ya anunciaban al paladín auroral que aterraría a los corruptos y mafiosos. Cómo
olvidar sus apasionados debates políticos en los tiempos de la fundación del PUM, tal
vez el más formidable ensayo de reunificación partidaria de un sector vital de
la izquierda peruana y que estuvo llamado a mejores destinos.
Y cómo no estar
atentos a sus valiosas reflexiones en diversas escuelas campesinas de las
federaciones del surandino y de la Confederación Campesina del Perú,
CCP, cuyos dirigentes siempre lo consideraron un maestro, "su maestro". Cómo no reconocer su
compromiso militante con el campesinado puneño en las gestas heroicas de la
recuperación de más de un millón de hectáreas de tierras para las comunidades
campesinas de Puno a mediados de los ochenta.
Pero muchos
tuvimos la suerte de compartir también otros momentos con los que Javier supo
complementar sus recargadas tareas políticas, y que a muchos nos permitió conocer
la jovialidad, alegría desbordante y amenidad de la que hacía gala ya sea para
compartir divertidas anécdotas, para encabezar el baile y la chacota, al compás
de una salsa o al embrujo de un huayno andino. Y por supuesto, disfrutando del
gusto de un vino o una cerveza y alejado del ceño fruncido de los debates políticos o las
renegadas por las acciones fallidas de alguna labor partidaria.
Tuvimos también
la suerte de compartir con Javier y con otros viejos camaradas y compañeros, que
por suerte aún nos acompañan, las ya legendarias jornadas del Ande Rojo, y junto
con nuestras derrotas y frustraciones, también muchos triunfos políticos y
sociales, porque los tuvimos. Y en su casa política que fue el Parlamento,
Javier supo también de muchas de estas victorias.
Sus enemigos
políticos que no han sido pocos –porque no son pocos los corruptos en nuestro
país- quisieron asesinarlo políticamente, como bien se ha dicho con una sanción
que no era otra cosa que una rastrera venganza política. La aparición del mal que
al final se lo llevó justo apareció, cómplice por esos días aciagos. La faena
parecía completa para quienes siempre temieron su temple justiciero e
indoblegable. Pensaron que por fin lo habían vencido.
Craso error de
los corruptos. Javier, al igual que el epónimo Cid Campeador, estaba
predestinado a triunfar no solo mientras sus fuerzas se lo permitieron, sino
que incluso, cuando sus enemigos lo creyeron finado políticamente, siguió
ganando batallas, pues en un acto que invita a creer en la justicia, el Poder
Judicial le dio la razón a su demanda para dejar sin efecto la venganza infame
que le habían aplicado.Sin embargo, al
igual que el Cid, Javier siguió ganando batallas; y quizás una de las más grandes
ha sido esa hermosa demostración de cariño y de sentimiento que le prodigaron durante
tres días miles y miles de hombres y mujeres en la Casona de San Marcos, en la
Plaza Bolívar, y en las calles de Lima hacia la Plaza Dos de Mayo y Bolognesi.
Esa pena y rabia
contenida se tradujo en un canto y un homenaje a la vida por Javier, de parte
de quienes seguimos convencidos de que quien lucha toda una vida no vive en
vano; y Javier luchó toda una vida, y ganó muchas batallas, y ahora nos ha
lanzado el reto de ayudarle a que siga ganando nuevas batallas por la justicia
y la dignidad de ese Perú Nuevo dentro de un Mundo Nuevo por el que siempre
luchó y seguirá luchando. La presencia de ese pueblo doliente y combatiente, fue
la ratificación de la vigencia histórica de Javier y la reafirmación de que su
lucha continúa, de que el presente es de lucha si queremos que el futuro sea
nuestro. Esperemos no defraudarlo.