Los capitostes de la mafia que saqueó el país durante la década del 90 al 2000, acaban de dar una muestra más de que el pacto de sangre y corrupción en que se sustentó se mantiene sólido y más firme que nunca; que las acusaciones que uno y otro lado se lanzaron y que en algún momento pusieron el riesgo ese maridaje nauseabundo, han quedado de lado, pues de lo que se trata es de seguirse encubriendo, blandiendo para ello las armas que más conocen y dominan casi a la perfección: el cinismo y la cobardía disfrazada de insolencia.
Se afirma que las mafias son organizaciones criminales unidas, unas veces por pactos de sangre y otras por juramentos secretos. Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos lo acaban de reconfirmar. El súper asesor, hoy preso en la Base Naval del Callao, y el todo poderoso dictador que manejó el país durante diez años como si fuera su chacra, hoy también encerrado en una prisión dorada la sede de la DIROES en Ate, volvieron a encontrarse tras casi ocho años sin verse las caras.
Y si algunos tuvieron un rapto de ilusión que un delincuente como Montesinos iba a cumplir las amenazas que en algún momento lanzó contra su jefe cuando este todavía gozaba la gran vida en el imperio japonés, y acusarlo de ser cómplices de todas las fechorías que el país y el mundo conoce, pues tendrán que seguir esperando. Es que ambos siniestros personajes saben que su destino está unido de por vida, que uno lo arrastra al otro, y que los dos se revuelven en el mismo lodo, y que no les queda otro camino que, como se ha dicho líneas arriba, mantener su pacto de sangre y sus juramentos secretos, y con la secreta aunque remota esperanza de alcanzar la impunidad.
En el afán de autoprotegerse, fueron demasiados, burdos y hasta soeces los gestos y los dichos que demuestran que los siameses no se olvidan y que se necesitan cada vez más para intentar burlar el largo brazo de la justicia. Al igual que otro criminal de su calaña, como Santiago Martin Rivas, llegó a decirle “tranquilo chino” en una audiencia anterior, esta vez Montesinos fue claro y directo en el supuesto intento de limpiar a su cómplice: “He venido para esclarecer que el presidente Fujimori no tiene responsabilidad en los hechos materia de este proceso”, fue lo primero que espetó el inquilino de la base naval. Y una pregunta elemental que surge aquí es: y cómo sabe Montesinos que Fujimori no tiene nada que ver con los hechos de Barrios Altos y La Cantuta?.
Pero no solo fueron absoluciones y halagos lo que lanzó Montesinos a su ex jefe como buen subordinado que fue de éste. Demostró también que sus habilidades para intrigar y lanzar barro a personas honorables se mantienen intactas, que el encierro no ha mellado su espeluznante vocación delincuencial. No solo atacó al fiscal Avelino Guillén, el primero que arrinconó a Fujimori en los interrogatorios iniciales; y al propio fiscal José Peláez. Apuntó a un futuro testigo clave: nada menos que al ex vicepresidente Máximo San Román, de quien pretendió burlarse, demostrando así que son sus dotes rastreras son los fueros que mejor domina.
Pero en esa monumental demostración de vileza y cobardía no estaba solo, pues tenía alguien que le celebraba a rabiar y tenía que hacer grandes esfuerzos por contener las carcajadas, y que seguramente ganas no le faltaban por correr a abrazarlo: Alberto Fujimori. Esas imágenes pasarán sin duda a la historia de la infamia; y al mismo tiempo, no harán sino engrandecer la figura honesta de Máximo San Román.
Los saludos asolapados, las enamoradas sonrisas cómplices que se cruzaron durante las pocas horas que estuvieron frente, los guiños descarados, que seguramente en algún momento los llevó a alucinar que seguían siendo la poderosa dupla que delinquía impunemente, fueron parte también de los mensajes que intercambiaron los siameses en esta reafirmación de su pacto de sangre y de juramentos secretos.
Sin duda, una pieza torva, aviesa, repugnante, cínica y cobarde que pinta de cuerpo entero y revela la calaña de los padres de la mafia que desmanteló el país por una década, que la justicia si en verdad quiere hacer honor a su nombre, deberá tener muy en cuenta al momento de dictar sentencia. Serán muchas y variadas las interpretaciones que se pueden hacer de la presentación de Montesinos y los analistas tendrán mucho pan que rebanar y mucha basura e inmundicia y que remover.
Tal vez una de las aristas en los que hay que estar alertas es que este encuentro Fujimori-Montesinos, puede servir también para seguir ilusionando a las huestes no solo del fujimorismo político que medra en sobre todo en el Congreso de la República y que sueña con el 2011; sin que también puede envalentonar a toda mafia que en estos últimos años ha venido siendo favorecida por la inacción del poder judicial, ha puesto en libertad a muchos de sus miembros y ha logrado una serie de beneficios para suavizar las penas impuestos. Y si a ello agregamos que el régimen actual no se ocupado en ocultar sus simpatías por el fujimorismo corrupto, entonces podemos entrar a una etapa de rearme y reacomodo quienes integraron una de las más grandes organizaciones delictivas de la historia política del país.
Se afirma que las mafias son organizaciones criminales unidas, unas veces por pactos de sangre y otras por juramentos secretos. Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos lo acaban de reconfirmar. El súper asesor, hoy preso en la Base Naval del Callao, y el todo poderoso dictador que manejó el país durante diez años como si fuera su chacra, hoy también encerrado en una prisión dorada la sede de la DIROES en Ate, volvieron a encontrarse tras casi ocho años sin verse las caras.
Y si algunos tuvieron un rapto de ilusión que un delincuente como Montesinos iba a cumplir las amenazas que en algún momento lanzó contra su jefe cuando este todavía gozaba la gran vida en el imperio japonés, y acusarlo de ser cómplices de todas las fechorías que el país y el mundo conoce, pues tendrán que seguir esperando. Es que ambos siniestros personajes saben que su destino está unido de por vida, que uno lo arrastra al otro, y que los dos se revuelven en el mismo lodo, y que no les queda otro camino que, como se ha dicho líneas arriba, mantener su pacto de sangre y sus juramentos secretos, y con la secreta aunque remota esperanza de alcanzar la impunidad.
En el afán de autoprotegerse, fueron demasiados, burdos y hasta soeces los gestos y los dichos que demuestran que los siameses no se olvidan y que se necesitan cada vez más para intentar burlar el largo brazo de la justicia. Al igual que otro criminal de su calaña, como Santiago Martin Rivas, llegó a decirle “tranquilo chino” en una audiencia anterior, esta vez Montesinos fue claro y directo en el supuesto intento de limpiar a su cómplice: “He venido para esclarecer que el presidente Fujimori no tiene responsabilidad en los hechos materia de este proceso”, fue lo primero que espetó el inquilino de la base naval. Y una pregunta elemental que surge aquí es: y cómo sabe Montesinos que Fujimori no tiene nada que ver con los hechos de Barrios Altos y La Cantuta?.
Pero no solo fueron absoluciones y halagos lo que lanzó Montesinos a su ex jefe como buen subordinado que fue de éste. Demostró también que sus habilidades para intrigar y lanzar barro a personas honorables se mantienen intactas, que el encierro no ha mellado su espeluznante vocación delincuencial. No solo atacó al fiscal Avelino Guillén, el primero que arrinconó a Fujimori en los interrogatorios iniciales; y al propio fiscal José Peláez. Apuntó a un futuro testigo clave: nada menos que al ex vicepresidente Máximo San Román, de quien pretendió burlarse, demostrando así que son sus dotes rastreras son los fueros que mejor domina.
Pero en esa monumental demostración de vileza y cobardía no estaba solo, pues tenía alguien que le celebraba a rabiar y tenía que hacer grandes esfuerzos por contener las carcajadas, y que seguramente ganas no le faltaban por correr a abrazarlo: Alberto Fujimori. Esas imágenes pasarán sin duda a la historia de la infamia; y al mismo tiempo, no harán sino engrandecer la figura honesta de Máximo San Román.
Los saludos asolapados, las enamoradas sonrisas cómplices que se cruzaron durante las pocas horas que estuvieron frente, los guiños descarados, que seguramente en algún momento los llevó a alucinar que seguían siendo la poderosa dupla que delinquía impunemente, fueron parte también de los mensajes que intercambiaron los siameses en esta reafirmación de su pacto de sangre y de juramentos secretos.
Sin duda, una pieza torva, aviesa, repugnante, cínica y cobarde que pinta de cuerpo entero y revela la calaña de los padres de la mafia que desmanteló el país por una década, que la justicia si en verdad quiere hacer honor a su nombre, deberá tener muy en cuenta al momento de dictar sentencia. Serán muchas y variadas las interpretaciones que se pueden hacer de la presentación de Montesinos y los analistas tendrán mucho pan que rebanar y mucha basura e inmundicia y que remover.
Tal vez una de las aristas en los que hay que estar alertas es que este encuentro Fujimori-Montesinos, puede servir también para seguir ilusionando a las huestes no solo del fujimorismo político que medra en sobre todo en el Congreso de la República y que sueña con el 2011; sin que también puede envalentonar a toda mafia que en estos últimos años ha venido siendo favorecida por la inacción del poder judicial, ha puesto en libertad a muchos de sus miembros y ha logrado una serie de beneficios para suavizar las penas impuestos. Y si a ello agregamos que el régimen actual no se ocupado en ocultar sus simpatías por el fujimorismo corrupto, entonces podemos entrar a una etapa de rearme y reacomodo quienes integraron una de las más grandes organizaciones delictivas de la historia política del país.
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